Autor: Fabián Muhlia
Vía Cultura Colectiva | Noviembre 11, 2015Artículo recomendado por Fabián Muhlia, colaborador de México para Replicación de Arttextum
Hablar sobre Francisco Toledo (Juchitán,Oaxaca,1940) siempre es un deleite porque se trata de un artista con un compromiso social constante e imaginación ilimitada. Basta recordar su postura ante la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa (creó 43 papalotes con los rostros de los estudiantes desaparecidos e hizo un performance en Oaxaca) y también su incansable defensa del Cerro del Fortín en el sur del país ante la intención, por parte del gobierno estatal, de construir un Centro de Convenciones en esa parte natural de la ciudad oaxaqueña.
En esta ocasión, Francisco Toledo expone su obra cerámica en alta temperatura en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México (MAM), ubicado entre el Paseo de la Reforma y el Bosque de Chapultepec y durará hasta el 28 de febrero del 2016. Cabe destacar que es la segunda exposición retrospectiva del pintor oaxaqueño en este museo.
La museografía es muy parecida a la de la exposición Resumen del fuego, del escultor Fernando González Cortázar, exhibida en el mismo recinto en marzo del 2014, ya que dentro de las paredes oscuras se desvelan con una luz especialmente dirigida (casi teatral) a las excelentes piezas cerámicas de Francisco Toledo, todas ellas realizadas durante este 2015 en el Taller Canela del maestro ceramista Jerónimo López, un anexo del Centro de las Artes de San Agustín (CaSa), Oaxaca.
En esta muestra abundan los personajes ya característicos de su obra: sapos, magueyes, maíz, coyotes, penes transformados en cañones, aves, rostros que sufren y tarántulas.
Siempre que observo la obra de Toledo está presente el color rojo en mil formas y texturas posibles: rojo fuego, rojo sangre, rojo quemado y rojo natural nacido de pigmentos oaxaqueños que han inspirado todo un movimiento de artistas plásticos originarios de esa ciudad.
Como referente histórico es preciso mencionar la gran influencia que ha tenido sobre este movimiento el célebre pintor Rufino Tamayo (Oaxaca, 1899- 1991), un artista que produjo una realidad pictórica alterna a la de los tres grandes muralistas mexicanos: José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera.
Las tres obras que más llamaron mi atención son jarrones que se asemejan a sus grabados (una técnica por demás célebre de Toledo) traducidos al formato tridimensional de la cerámica en colores rojo, negro y amarillo. Todos ellos envueltos por espinas que los hacen abandonar la forma tradicional de un objeto cerámico y los transforman en organismos mágicos que respiran y sienten, que sufren metamorfosis y sangran.
Hay una obra más que también me fascinó. Consiste en una figura humana de dos cabezas que emerge de cuatro patas y está manchado de sangre en sus caras y estómago. Es un grito visual muy profundo que se hace más agudo cuando observamos que los rostros tienen ausencia de ojos (hoyos negros).
Al recorrer la exposición de principio a fin, encontraremos el dolor que causa la injusticia en nuestro país, ya que son piezas crudas de verdad, como verdadera es la realidad sangrante de México.
El título es muy adecuado porque esa realidad es nuestro duelo, nuestra gran pérdida de confianza de un futuro pero también nos invita a reflexionar sobre cómo podemos renacer por medio del arte, tal como lo ha hecho Francisco Toledo.
Imágenes: cortesía del autor.
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